Nuestro miedo más profundo no es el de ser inadecuados.
Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida.
Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta. Nos preguntamos:
¿Quién soy yo para ser brillante, hermoso, talentoso, extraordinario?
Más bien, la pregunta a formular es: ¿Quién eres tú para no serlo?
jueves, 6 de octubre de 2011
Anthony de mello EGO_DESAPEGO
Hay un deseo común, que es el cumplimiento de lo que se cree que va a dar felicidad al yo, al ego.
Ese deseo es apego, porque ponemos en él la seguridad, la certeza de la felicidad.
Es el miedo el que nos hace desear agarrar con las manos la felicidad, y ella no se deja agarrar. Ella es.
El apego habrá perdido la batalla cuando lo descubras, y ya no tendrá el poder que la inconciencia le daba.
Tú mandarás sobre él.
La aprobación, el éxito, la alabanza, la valoración, son las drogas con las que nos ha hecho drogadictos la
sociedad, y al no tenerlas siempre, el sufrimiento es terrible.
La base del sufrimiento es el apego, el deseo. En cuanto deseas una cosa compulsivamente y pones todas
tus ansias de felicidad en ella, te expones a la desilusión de no conseguirla.
No existe necesidad de ser popular. No existe necesidad de ser amado o aceptado. No existe necesidad
de estar en posición de relevancia o de ser importante. Éstas no son necesidades humanas básicas. Son
deseos que nacen del ego —el yo condicionado—, del mío. Algo profundamente incrustado en ti. Tu yo no
tiene interés en estas cosas. Él ya tiene todo lo que necesita para ser feliz. Todo lo que necesitas es
concientizarte de tus apegos, de las ilusiones que esas cosas son, y estarás en camino hacia la libertad.
Las cosas son lo que son. No son mías, tuyas o de él. Esto es una mera convención entre nosotros.
No has de apegarte a ninguna cosa, ni a ninguna persona, ni aún a tu madre, porque el apego es miedo, y
el miedo es un impedimento para amar.
Cuando un arquero dispara simplemente por deporte, aplica toda su destreza. Cuando apunta hacia un
premio de oro, queda ciego, pierde la razón, ve dos blancos.
Su habilidad no cambió, pero sí el premio. Se preocupa más por vencer que por tirar. Y la necesidad de
ganar lo vació de poder. La ambición quita poder.
Lo malo es que la mayoría equipara la felicidad con conseguir el objeto de su apego, y no quiere saber que
la felicidad está precisamente en la ausencia de los apegos, y en no estar sometido al poder de ninguna
persona o cosa.
Si buscas ser feliz, procura no perseguir tus deseos, porque ellos no son respuesta para tu vida. Para ser
feliz, abandona tus deseos o transfórmalos, entendiendo preferentemente su limitado valor. La realización de
los deseos trae alivio y bienestar, no felicidad.
La raíz de todo sufrimiento es el apegarse, el apoderarse. Apegarse no es más que proyectar el ego, el mío
sobre alguna cosa. Tan pronto como proyectas el yo en algo, el apego se instala.
Cuando retiramos lentamente las palabras "yo, mío, a mí" de nuestras propiedades, campos, ropas,
sociedad, congregación, país, religión, de nuestro cuerpo, de nuestra personalidad, el resultado es liberación,
libertad. Cuando no hay yo, las cosas son lo que son. Dejas que la vida sea vida.
Tú no tienes que impresionar a nadie, nunca más. Estás completamente cómodo con todo el mundo, no
deseas nunca más nada de nadie. El no cumplimiento de tus deseos no te hace infeliz
Si comprendieses tus deberes, apegos, atracciones, obsesiones, predilecciones, inclinaciones, y si te
desprendieses de todo eso, el amor aparecería
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