Nuestro miedo más profundo no es el de ser inadecuados.

Nuestro miedo más profundo es el de ser poderosos más allá de toda medida.

Es nuestra luz, no nuestra oscuridad, lo que nos asusta. Nos preguntamos:

¿Quién soy yo para ser brillante, hermoso, talentoso, extraordinario?

Más bien, la pregunta a formular es: ¿Quién eres tú para no serlo?

miércoles, 13 de abril de 2011

fragmentos del libro el profesor

El catedrático de Pedagogía de la Universidad de Nueva York nos advirtió sobre los días de enseñanza que nos esperaban. Dijo que las primeras impresiones son fundamentales. Dijo: «El modo en que reciban y saluden a su primera clase puede determinar el transcurso de toda su carrera profesional. De toda su carrera pro­fesional. Les estarán vigilando. Ustedes los estarán vigilando a ellos. Estarán tratando con adolescentes estadounidenses, una es­pecie peligrosa, y no tendrán piedad con ustedes. Les tomarán la medida, y decidirán qué hacer con ustedes. ¿Se creerán ustedes que controlan la situación? Pues no se lo crean. Son como un mi­sil guiado por el calor. Cuando van por ustedes, siguen un instinto primigenio. Es función de los jóvenes librarse de sus mayores, ha­cerse sitio en el planeta. Lo saben ustedes, ¿verdad? Los griegos lo sabían. Lean a los griegos».
El catedrático decía que antes de que tus alumnos hayan entra­do en el aula, tú ya debes haber decidido dónde estarás («postura y situación») y quién serás («identidad e imagen»). Yo no me había imaginado que enseñar fuera tan complicado. Decía: «No pueden enseñar si no saben dónde situarse físicamente. Esa aula puede ser para ustedes un campo de batalla o un campo de juegos. Y tie­nen que saber quiénes son ustedes. Recuerden lo que dijo Pope: "Conócete a ti mismo, no aspires a escudriñar a Dios. El objeto pro­pio de estudio de la humanidad es el hombre". En su primer día de clase deben ponerse de pie a la puerta de su aula y decir a sus alumnos cuánto se alegran de verlos.
 De pie, he dicho. Cualquier dramaturgo les dirá que cuando el actor se sienta, la obra también se sienta. La mejor medida, con diferencia, es establecerse a sí mis­mo como presencia, y hacerlo fuera, en el pasillo. Fuera, he dicho. Ése es su territorio, y cuando los vean allí fuera los verán como pro­fesores fuertes, sin miedo, dispuestos a hacer frente a la horda. Una clase es eso, una horda. Y ustedes son profesores guerreros. La gen­te no lo tiene en cuenta. Su territorio es como su aura, los acompa­ña en todas partes, en los pasillos, en las escaleras e, indubitable—mente, en el aula. No consientan jamás que invadan su territorio. Jamás. Y recuerden: los profesores que se sientan, e incluso los que se ponen de pie detrás de sus mesas, padecen una inseguridad esencial y deberían probar suerte en otro tipo de trabajo».

No hay comentarios:

Publicar un comentario